Mi hambre negra es la afirmación como poeta de José Gabarre que con este poemario nos propone un recorrido por las paradojas de lamuerte y el deseo. Litoral, el verso es la hebra que pespuntea los límites del sujeto en una operación que une y separa al mismo tiempo. El cuerpo, constantemente sometido a torsiones y flexiones, está cincelado. Sin corte, no hay cuerpo. Se nace partiendo de una muerte: la palabra mata la Cosa, diría Lacan. El lenguaje, pues, es la piel que contiene un cuerpo que no se sabe, pero que lo aprehende: «Nadie ha determinado hasta aquí lo que puede un cuerpo», dice Spinoza. El amor y la muerte no bailan solos. Ambos danzan en espiral (¿sacacorchos?) ya desde el nacimiento. Freud, al compás de Die Weltweisen, de Schiller, concluye en su metapsicología: La vida está pinzada entre la pulsión de muerte y la pulsión de vida. En Semmering, así se lo hizo saber, en 1930, al poeta George S. Viereck: «La muerte es la pareja natural del amor. Juntos gobiernan el mundo (…). —Y prosigue respecto a la importancia capital del amor—: En la actualidad sabemos que la muerte es igualmente importante». Eros crea insistentemente sobre la destrucción. Este movimiento pulsátil (sístole-diástole) escribe la vida. Como girando sobre un mismo eje, en un movimiento de vaivén, la mima fuerza que une y construye, separa y destruye. La vida, así, es un Momento que se explica por la efectividad de una fuerza (hambre) para cambiar el estado de la rotación del cuerpo. Entonces el hambre puede ser todo y puede ser nada. Puede ser amor y destrucción. El amor sacia el hambre. El hambre es un amor que clama, es un cuerpo sexuado que demanda; pero también es dolor y culpa: se mata de hambre, se muere de hambre; se tiene hambre de guerra. Hay mucho que transitar, pues, para sentir hambre… como mínimo haber sido alguna vez amado; pero también hace falta mucha destrucción para hablar del amor. La destrucción o el amor, titula Vicente Aleixandre un poemario. En Mi hambre negra, José Gabarre escribe sobre el Momento de esa fuerza, —el hambre—, y de la aceleración angular que provoca en el cuerpo, (siempre cuerpo significante), constantemente sometido a torsión y flexión. Es un texto atípico —por eso necesario—, nada amable —luego arriesgado—, sólo apto para lectores activos, dispuestos al reto, implicados —no condescendientes—, dispuestos a seguir las pistas, con una posición encabalgada entre lo lúdico del juego metafórico y el jugársela (tal vez como uno se juega la vida). Vida que se gana, vida que se pierde. Entonces, jugándosela, uno se afirma y se aferra a la vida. |
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