Fados huérfanos

Fados huérfanos

Ref.: 9788492604821

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Sabio poetizar del padecer y del conocimiento. El fondo se hace forma y la forma se hace fondo, en simbiosis creadora que aspira a la perfección expresiva y a la plena comunicación. Estamos ante una poesía cuyos pensamientos, sentimientos, deseos y emociones particulares han sido tan brutal, reflexiva, sincera, honda y radicalmente vividos que alcanzan validez universal en la realidad otra del poema.

     Complementarias voces interiores consolidan la voz una y plena de nuestro poeta: aquella de la existencia más esas otras del amor (¡qué excepcional poeta de este tema eterno!), la soledad, lo efímero, la melancolía, el cansancio de vivir, la frustración, el sinsentido, el paso del tiempo que todo lo erosiona, la muerte o la nada.

     Estos Fados huérfanos siguen y amplían la estela del “dolorido sentir” que transmitía su anterior Preludio y fado. El fado, como composición, armoniza muy bien con el espíritu experiencialmente elegíaco del autor para quien la vida, en lucha constante con la finitud, es un destino trágico.

     Aquí la poesía se alimenta y vive de cuanto ella misma consigue salvar de esa finitud. Meditarla, leyéndola a la luz de la psicología emocional, resulta una expedición fértil por aleccionadora y, simétricamente, útil por beneficiosa.






«Amor, celos, ceniza y fuego, dolor y  pecado. / Todo esto existe, todo esto es triste, todo esto es fado.» Canta la Embajadora artística de Portugal Amalia Rodrigues. «El fado es una cosa misteriosa dice, —y prosigue—: hay que nacer con el lado angustiado de las gentes, sentirse como alguien que no tiene ni ambiciones, ni deseos —y remata—: una persona… como si no existiera. Esa persona soy yo…» 

La poesía —nunca se subrayará suficientemente ni se tomará suficientemente en serio— refleja lo que el alma no tiene. La poesía fluye en el preciso lugar de la pérdida, de la hiancia. Y F. Pessoa, entre otros eruditos, acierta en concluir: «por eso la canción (toda canción es una poesía ayudada) de los pueblos tristes es alegre, y la de los pueblos alegres es triste». El poeta (epónimo de sujeto?) lo lastra una carencia. Su deseo vaga entre los objetos y redobla en su producción  que no existe  qué lo colme. La poesía se destila del cómo este encuentro es vivido y marca al poeta. Tal puede ser una aproximación —lejos de interpretaciones sensibleras— de la creación en todas sus manifestaciones.

Así, podemos argüir que el fado (de fatum, fatalidad, destino)  —que «no es alegre ni triste», y que siguiendo al erudito lusitano en El fado y el alma portuguesa «formó el alma portuguesa cuando no existía y deseaba todo sin tener fuerza para desearlo»—,  nació —nace, como la poesía de Joaquín Sánchez Vallés— justo en el preciso intervalo equidistante entre la tristeza y la alegría,  «es la fatiga del alma fuerte, la mirada de desprecio de Portugal a un Dios en que creyó y que también le abandonó». Esta peculiar producción viene marcada por el poder que encierra la mirada del Padre: reconocimiento o exclusión. Entre el júbilo por el reconocimiento y la cuita por la exclusión de la mirada. ¿No es ese el interludio, momento de desconcierto, donde fluye Fados huérfanos?

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