Exilio poético en Alejandría

Cuando un poeta busca exilio poético puede intentar alcanzarlo en los sofás de un café teatro en el que hibernar su espera pero nos encontramos ante un poeta que no busca inviernos para sus versos, que busca la utopía y, con ella, tocar la fibra al lector que se atreve a navegar por el océano poético de David Escudero Vigara.

Exilio poético en Alejandría es un poemario, distinto, con un respeto inmenso por la estética y por el trabajo del poeta. Respetando un estilo tradicional, con una métrica y una rima muy marcada, pero con ese soplo de libertad que la poesía moderna permite a sus autores.

El exilio es un desplazamiento traumático. La fractura del Otro y de la subjetividad que el exilio proporciona puede desembocar tanto en lo mejor como en lo peor.

     Cosmopolita y literaria —imán y musa—, Alejandría ha cautivado siempre a los eruditos. Confluencia de culturas y rio caudal de saberes a cuyo inagotable venero han acudido a través de los siglos a abrevar para depurarse de modas y otras lacras que destila la cultura,  que embotan el saber y empañan el entendimiento, incontables eruditos de todos los rincones del planeta.

     Si marcado por  la pérdida, no todo exilio, pues, es forzado —como no todos los exilios forzados (modelos de destierro) conducen a lo peor—. Hay exilios voluntarios, como aquellos que llevaron durante siglos a los sabios a sumergirse y bucear —como cuenta la leyenda que hiciera su fundador Alejandro el Magno en el mar Rojo—, en una incansable búsqueda por lo nuevo y sorprendente: «trashumancia» interior a través de nuestra propia historia. Encuentro con lo fallido. La producción empieza cuando se abandonan certezas incuestionables y el confort que proporcionan ideales e identificaciones que sostienen al yo: siempre se produce en Otro lugar.  «Tu llegada allí es tu destino —dice Kavafis—. Mas no apresures nunca el viaje. Mejor que dure muchos años y atracar, viejo ya, en la isla, enriquecido de cuanto ganaste en el camino».

     El Poeta viene a mostrarnos a las claras en este texto que no hay otro remedio que tener en cuenta y ocuparse de las derivas del propio ser, y exiliarse  en esa  Alejandría misteriosa y cosmopolita macerada —como la fundada por Alejandro Magno— en el fructuoso jugo del espíritu jónico siempre abierto a lo novedoso: mundo interior que es vivido como extraño e inquietante, en un movimiento de exilio y retorno siguiendo la deriva de la palabras. Exilio forzado, siempre e indefectiblemente por imposición de la cultura, camino de separaciones y pérdidas que siempre estamos invitados a recorrer. «Pide que el camino sea largo. Que sean muchas las mañanas de verano en que llegues, ¡con qué placer y alegría! , a puertos antes nunca vistos», sentencia Konstantin Kavafis.