“Encarcelar la palabra en el tópico es un delito común”. La literatura de hoy sale ya contaminada y en fase terminal, apesta leer novelas o relatos actuales, es el fango de los mismos lodos”. Con estas palabras inicia Ariel Montañés el prólogo de una obra fundamental de finales del siglo XX, un accidente inevitable para aprender lo nuevo. Vísceras de la mirada, de Waren Lyosen. Con espléndida traducción de Francisco Sunyer. Editorial Utòpics. Yo, de forma vergonzante, no puedo evitar iniciar este prefacio con las palabras de Montañés. Y es que en realidad, en la literatura actual, la frase apesta porque es vieja, anacrónica, depauperada. Nada nuevo, todo previsible. “Encarcelar la palabra”, no dejarle la libertad de expresar lo que quiera, no dejarle participar en el verso o en la oración. Ramón nos dice “almidonar la vergüenza de no tenerte con un puñado de secretos al contado”, dando libertad a cada sintagma para recrear expresiones tan distintas a las que les puede marcar la dictadura de unos cánones trasnochados que sólo permiten repetir y repetir el tópico, hasta la saciedad.
(Del prólogo de Josep Mèlich) “Hay hombres –escribe E.M.Cioran en En las cimas de la desesperación– en los que la vida adopta formas de una pureza, de una nitidez difíciles de imaginar”. Pureza y nitidez, atributos de una vida que Ramón –excepcional creador–, plasma con sorprendente originalidad en cada uno sus textos: calidoscopio con mil imágenes posibles. La imitación como anatema. “Esta es la literatura de hoy, no cabe otra” -dice el crítico literario Jonás López-Gastón a propósito de los textos que les ofrecemos-. Pero no sólo por la forma, sino por lo que lo motiva y apunta estos escritos cabe situarlos entre los auténticamente literarios. Efectivamente Adjetivos posesivos responden a una pregunta medular en diversas disciplinas: ¿qué es una mujer? Y el texto que le ofrecemos para su lectura como respuesta. “…Y yo, que mientras no estabas me bebí dos veces de un trago un medio mundo de ida y vuelta…” escribe Ramón alejándose del Goce del sentido. Cópula de significantes que destila ignotas significaciones. “El hecho de que yo exista –seguimos a Cioran– prueba que el mundo no tiene sentido”; y Ramón, retomando esta afirmación, con un discurso preciso, elegante y ágil, de indiscutible elocuencia, responde con estos textos alrededor de la presencia inequívoca –sólo y únicamente presencia, desnuda y sin nombres, como punto de fuga y a la vez convergente– de la mujer: sostén del deseo y por ende sentido y fin. |
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