Crítica, ironía, buen humor, podrían ser algunos de los elementos que condimentan este relato de Fernando González Nohra. El hilo cnoductor es el atenazado Gozalo, el protagonista, dividido entre su afán por escribir, y su inhibición que lo lleva a la parálisis. La novela -que bordea la novela gráfica- narra en clave de humor las desventuras del protagonista, que, como un carroñero, vive de los despojos (las desventuras) de los demás. Vivir en busca de una buena historia, puede devenir al mismo tiempo una buena historia que contar. A esta conclusión nos conduce Fernándo González Nohra en Carroñero. En sus páginas, en clave de fina ironía, el autor nos presenta a un sorprendente Gonzálo Fernández que zozobra con frecuencia en el difícil arte de escribir asediado por una inhibición paralizante. Atenazado por el imperativo económico, suplanta el oficio de su amigo Jaime, psicoterapeuta. Sin escrúpulos, aprovechará la demanda de quien, por error, acude a la consulta en busca de ayuda profesional: Ernesto García, mortificado hasta la neurosis por la infidelidad de su esposa. El objetivo de Gonzalo, sin embargo, no es el de solucionar la vida de aquel desdichado sino simplemente alimentarse de sus desperdicios. Poco a poco, el desgraciado neurótico se va revelando a sí mismo como una suerte de alimaña que vive alimentándose de los despojos de su relación: las evidencias de la infidelidad de su esposa –recoge videos, fotos, mensajes…–, se vuelve la sombra del amante. Es así como se encuentran estas dos alimañas, dos hienas, dos carroñeros Manteniendo el estilo de su primer libro, Por favor no empujen, González Nohra desarrolla en Carroñero una narración que bordea la novela gráfica. Cada episodio de la novela cierra con una imagen clara, una pequeña metáfora de la idea global, un entretejido de retazos de historia, carroña cedida por el autor para que los ávidos lectores se vayan alimentando hasta dar el bocado final.
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