Un día del mes de marzo del año 1973 murió a la edad de noventa y cinco años mamá Lola en su casa y en su cama, cuidada hasta el último momento por mi madre. Se fue de este mundo con la misma amargura con la que había vivido. Ni en el último suspiro, tuvo tan solo una mirada de agradecimiento hacia mi madre. En el mes de enero de 1982 a la edad de sesenta y nueve años, después de una larga enfermedad, mi padre murió en una clínica de la ciudad. Los días que precedieron a su muerte, procuré estar a su lado todo el tiempo que mis obligaciones me lo permitieron. En uno de estos momentos, tuvo especial interés en hacerme entender lo mucho que quería a mi madre. Una mañana me encontré con un padre desconocido para mí, valiente y sin egoísmo, que me dijo que estuviese tranquilo y me fuera a comer. Así lo hice. A media comida tuve un presentimiento, me levanté y le dije a mi hijo que estaba conmigo: «¡Vamos!». Cuando entré en la habitación donde estaba mi padre, en su cara vi la inequívoca expresión de la muerte. (...) «Todo lo bueno en mi vida ha durado poco», es la conclusión a la que llega el protagonista de esta historia ambientada en las postrimerías de los difíciles años 40. No se trata tanto de la crónica de una ciudad –Gerona– «triste, gris y pueblerina», o la de uno de sus barrios más pobres, sino el retrato psicológico de un tiempo y la exaltación de unos valores que marcan el paso de la niñez a la adolescencia y la entrada en la edad adulta: la amistad, la lealtad y la solidaridad, hoy devaluados; y cómo las severas privaciones a que se ve sometido el protagonista, derivadas de una compleja coyuntura familiar compuesta por una abuela paterna tan tirana como huraña, un padre con estudios venido a menos, siempre sin trabajado y dependiente del alcohol, y una madre marginada por su condición de echadora de cartas; y una mísera situación económica reducida a unos más que modestos ingresos que le reporta a la madre su trabajo clandestino, no solo fortalecen a Pepito, sino que promueven la búsqueda de la felicidad. Escrita en forma autobiográfica, con un lenguaje sencillo y sin alharacas, Días de pan moreno es una novela de gran realismo que plantea el paradójico papel de la adversidad como motor de valores sociales fundamentales, y cómo éstos devienen bálsamo que mitiga odios y resentimientos. |
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