«Te expresarás de forma notable si una ingeniosa asociación convierte en nueva una palabra ya conocida.»(Horacio: Carta a los Pisons) De Manzana de vaho –dice Pablo González, autor del prólogo–, que «sangra en la expresión y se abisma en el lenguaje hasta rozar el prosaísmo» queriendo significar en qué consiste eso que se quiere entender por poesía (argüimos que tal vez pensando en Horacio cuando se dirige a los Pisones, pero también puede esgrimir sus propias razones). Y colegimos: más que el tratamiento poético del lenguaje, la poesía como revelación. Así seguimos a Borges en sus reflexiones tras haber escuchado Almafuerte de Evaristo Carriego, podemos decir que el lenguaje, aquí, deja de ser un medio de comunicación, un mecanismo cotidiano de signos, sino también «una música, una pasión y un sueño», o siguiendo a Housman: «La poesía es algo que se siente con la carne y la sangre». Así Juna Manuel Uría en este texto precioso. Pero la poesía también es hacer algo –hacer con las palabras, claro– no por nada su etimología, del griego ποίησις (poiesis), –del verbo ποιέω (poieo)–: creación, fabricación… “el deseo –considera el poeta Hörderlin al referirse al acto poético– es que las palabras se abran como flores”, o J.M. Uría en el texto que el presentamos. La poesía, pues, no está lejos de la acción, no en vano dice Lacan: «La poesía también, eso hace algo… Quizás preguntárselo (eso hace y a quién) sería una forma de introducción a lo que hay de acto en la poesía». Se necesita tener muy afianzada la vocación para arriesgar en pos de la poesía como lo hace Juan Manuel Uría en esta Manzana de vaho. Sangra en la expresión y se abisma en el lenguaje hasta rozar el prosaísmo. Quiere aprehender no sólo el alma sino la carne de la poesía, estrujando su concepto, indagando sus matices, propiciando una suerte de tratado sobre ella, calibrando el brillo de sus ojos, la umbría de sus pestañas y la finitud rodada de sus abrazos. No le basta con rodearla, con asirla entre sus manos, quiere penetrarla y ser habitado a un tiempo. No resulta extraño, por ello, que las líneas caídas tanto de sus manos como de su aliento se puedan interpretar como textos amorosos, carnales y metafísicos a un tiempo, que pueden estar dirigidos tanto a un espíritu como a una persona identificada con el autor. (....) Del prólogo de Pablo González Langarika: Palabras para un vuelo ya iniciado
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