Discanto, de José Antonio Conde, es una amalgama de lo insondable y lo tranparente, de lo desnudo y de lo íntimo. En este texto la poesía abandona la senda del decir vacuo de la comunicación, para adentrarse en el terreno de lo incierto. Pero además, en este texto podemos colegir: que el lenguaje, tanto más sirve para comunicar, menos valor tiene de palabra; y que la palabra que nos funda es la imposible de decir Discanto es una obra audaz por cuanto que habla de la relación entre el lenguaje –que en el decir de Borges “se siente en la carne y con la sangre”–, y el cuerpo; pero no sólo por esto, sino porque pone en evidencia la inestabilidad del lenguaje como instrumento de comunicación al evocar lo grotesco de su materialidad, y subrayar irreverencia del significante: cuerpos que se desdicen. En este poemario, pues, el cuerpo sucumbe al gobierno de la letra –no es fisiológico–, antes bien está hecho de significantes. Laberintico, es un territorio sin contornos precisos, una anatomía, digamos gobernada por la lógica del deseo –escurridizo–, efímero y siempre desconocido (sin-saber, por tanto de un sujeto que ha perdido la certeza de su norte). Placer que fluye ante portas de un Goce obsceno. Ahí se precipita el poeta, anhelando el encuentro de algo que sabe perdido en sus orígenes. Búsqueda de lo imprevisto e imposible con la que teje sentidos nuevos, demostrando así que el poeta, es ese lugar efímero donde se destruye y se renueva el código social. |
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