Dice Antonella Cancelier, en el Post Facio de Clima húmedo, parafraseando a M. Augé, que la memoria estetiza la muerte, y que Fernando Aínsa lo que hace en este poemario es estetizar la vida. La medida (la cifra) –sigue diciendo– en este poemario original, es lo húmedo. Efectivamente, Clima húmedo no es una variante poética de la geografía. Tal obviedad queda fuera de toda consideración. Antes bien Aínsa –Como si de Hermes Trimegisto se tratara–orquesta sobre un ritmo binario de lo húmedo y lo seco (quizás también lo activo y lo pasivo) , lo masculino y lo femenino: la humedad, fuente de vida al cobijo de un adecuado calor (otro concepto que Aínsa dirime en sus versos) este poemario. Aínsa habla del a vida, cierto, y por ello, y necesariamente, también de la mujer (lo húmedo), elemento imprescindible tanto para la germinación de cualquier tipo de vida (véase desde Pseudo Demócrito, pasando por Geber hasta Alberto Magno, la sabiduría alquímica), como para la transformación de la materia. Colegimos que Clima húmedo, sin menoscabo de otras interpretaciones posibles, es ante todo una inteligente metáfora de la mujer, de quien destaca su posición esencial tanto en la naturaleza como en la cultura. Dentro de la nostalgia, el clima viene a ser una suerte de leit motiv que atenaza, que revuelve al poeta y lo hace mirar hacia un ayer que «es siempre todavía», al decir de Antonio Machado. Y el poeta pone sus pies en Montevideo, en Teruel, en Zaragoza, admira un río y una casa solariega y llena de recuerdos ancestrales en las cercanías de un pueblo español, admira calles y lluvias, se dilata él y conversa, los versos se llenan de ritmo de esa suerte de diálogo ante el tiempo, crece ese ritmo sobre la base de la asonancia. Los versos, si libres, también buscan un orden métrico, de manera que lo novedoso y lo tradicional tejen el lenguaje con el que Fernando Aínsa, nuestro poeta comentado, ofrece más su testimonio vivo que su confesión existencial. Clima húmedo goza de voluntad comunicativa. No es poesía para mirarse el ombligo o para barroquismos herméticos, Aínsa quiere decir y mal decir, pero sobre todo desea lo que a lo largo de siglos, dígase incluso milenios, han querido millares los poetas: encapsular la experiencia, lograr que lo vivido se convierta en arte por medio de una sutil reflexión lírica. La poesía está hecha con palabras y con ideas, con emociones y con aliento vital. Y en un momento clave Aínsa logra una «conclusión», como si quisiera fijar su «tesis» sin espacio para la duda, como no sea la propia de su afirmación (...) (Del Liminar de Virgilio López Lemus) |
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