Antes de entrar en el bosque

Antes de entrar en el bosque hay otro bosque esperando, como el corazón de Antonio Machado, otro milagro de la primavera. Todos los seres humanos estamos aguardando ese milagro. Si de la muerte de un olmo resurge la vida, por qué no de la muerte de la persona querida. Y si este renacer no es posible desde el punto de vista físico por qué no renacer del desasosiego, de los hachazos que nos da la vida en el tronco de nuestro ser. La leyenda del ave Fénix: renacer del ocaso de las cenizas. Pero no desapego, no abandono o resignación. Ser ésta la energía que mueve el motor de la vida, la misma que hace soplar al viento que a su vez mueve los pájaros. Brújula del sentido en el fluir de la sangre.

En su afán por designar, la palabra revela y oculta al unísono; pero el sentido, siempre apresto a fugarse, se le escapa. Tras de sí se desliza el sujeto. Y la consecuencia de este periplo es Antes de entrar en el bosque: poesía que fluye de un hondo venero localizado en un ignoto paraje, frontera -litoral-, donde el ser se denuncia en su imposibilidad. Pero aún más. El texto de Beatriz constituye el testimonio tal vez atribulado de esta búsqueda por territorios paradójicamente tan próximos como lejanos. Extimos. La conclusión que extrae la autora de este recorrido a través de su bosque interior es que no hay nada, que ha huido de nuevo, que lo que cree hallar no es sino un espejismo, que la Cosa no está. Pero aún más, que tal vez nunca la vaya a encontrar. La ausencia tiene un paradójico poder fundante. Luego escribir es mostrar, a la postre, que el sujeto no consiste sino en un vacío tan inasible como estructural, y el poemario cuya lectura le sugerimos, de ello da cuenta de manera notoria. Así lo redobla Heidegger en su decir al explicitar que la poesía es la fundación del ser po la palabra, en el intento, digamos que fallido siempre, de un reencuentro con lo que no está, que jamás estuvo y que lo único que  queda como marca es la ausencia radical del objeto.