“Cuando un sabio señala las estrellas, los tontos miran el dedo”, reza un refrán nicaragüense. La realidad no está en el dedo que señala, sino en lo que apunta. Algo parecido nos dice la autora en este poemario: el sexo no queda definido por un órgano —«¿Qué hay detrás de la palabra, /y qué más allá de un silencio?», se pregunta Mayte. He ahí a lo que apunta el dedo—: la forma que el sujeto tiene de aproximarse a su fantasma y obtener algún placer. Apunta, pues, a la palabra, a lo que viaja en el decir. Francisco J. Picón, así lo señala muy acertadamente en su prólogo: para hablar de sexo, nada mejor que usar la boca, la palabra; y si es en verso, mejor. Es decir, el sexo: de boca en boca. Pero más concretamente nos habla de lo imposible del Goce, de lo que se escapa en ese intento fallido; de ese límite —¿estorbo?— que impide gozar del cuerpo de la mujer, dejando al sujeto con el único goce posible: el del órgano. Circulando por estos complejos y azarosos vericuetos, Mayte nos incita a reflexionar sobre lo que suscita esta confrontación: miedo, la hipocresía, dudas que atraviesan la historia y aturden al sujeto. Parafraseando a Fracisco J. Picón, la palabra hecha verso es el resultado, pues, de esta imposibilidad. La poesía de Mayte Albores, resume Pedro Luna, es transparente pero insondable al mismo tiempo, desnuda e íntima, humana y animal. Requiere de una lectura cómplice y liberada de complejos, sin ideas preconcebidas y con el afán de descifrar cuanto se esconde tras una tupida telaraña de versos libres y atrevidos. El sexo: de boca en boca, que le invitamos a leer, canta y ensalza el acto sexual. Pero no lo hace desde un prisma simplemente carnal, sino con la finalidad humana de ensanchar el alma de los amantes y, por extensión, de quienes habitan en sus versos. |
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