La inutilidad de la poesía debe venir pareja de su eficacia. La poesía es eficaz en cuanto que su contenido, su mensaje se suele decir, su forma, el tono en que se moldea, favorecen en el lector el conocimiento del mundo, de la vida, de todo aquello que puede conmover el sentimiento y la inteligencia. (...) la poesía de Álvaro Fierro es eficaz, desde su libro anterior Tan callando (Accesit Adonais 1999) en el que la sencillez del decir se enriquece con la contundencia y la amplitud de lo que se comunica, la muerte del hombre frente al universo:
“Nunca se muere el universo, muere el hombre por eso está mi carne regalándose y empiezan a comer de ella los pájaros”.
(Extracto del prólogo de Arcadio Pardo) Escurridiza y en permanente fuga, la palabra, en su intento de nombrar, revela y oculta al mismo tiempo, convocando en su significación aquello que permanece velado y que se resiste a ser descubierto. Esto es lo que se puede leer en Los versos inútiles. La poesía –como dice Octave Mannoni-, no está en las palabras, sino en otra parte. Devenida palabra que nombra, la poesía fluye inagotable de un hondo venero localizado en un más allá ignoto, límite donde el ser se denuncia en su imposibilidad, o fracaso del acto simbólico de nombrar. (...)
Si todo arte, como dice Oscar Wilde, es inútil –y la poesía se ha dado en llamar la más pura y sublime de las artes-, lo es en el intento vano de taponar esta oquedad, de nombrar lo innombrable. Los versos inútiles, viene a redoblar lo que Heidegger dice: que la poesía es la fundación del ser por la palabra en el intento, podemos decir, siempre fallido de reencuentro con lo que no está, que jamás estuvo y que lo único queda como marca es la ausencia radical del objeto.
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