Memorias del paladar es una obra audaz y arriesgada porque habla de la relación entre el lenguaje, que en el decir de Borges “se siente con la carne y con la sangre”, y el cuerpo. La poesía de Meritxell Serrano pone en evidencia la inestabilidad del lenguaje como medio de comunicación al evocar su materialidad e irreverencia: cuerpos que se desdicen, casas que nos construyen, nombres apropiados, listas, definiciones, paladares, besos, todo se funde para dar paso a la letra, o más bien para sucumbir a su gobierno. Memorias del paladar indaga sobre el significante que nos constituye como sujetos frente a un otro único y siempre distinto: un significante que envuelve, viste y atraviesa la fisiología para presentarnos un cuerpo Otro, laberíntico, territorio sin contornos precisos, circundado por rutas inextricables, espacios a modo de ínsulas que se desplazan continuamente. Se trata de una geografía gobernada por la lógica de un deseo escurridizo, efímero y siempre desconocido que da como resultado el sin-saber de un sujeto que ha perdido la certeza de su norte. Pero no sólo esto: en su decir poético plantea la paradoja de que el lenguaje, cuanto más sirve para comunicar, menos valor de palabra tiene, y eso es lo que leemos entre líneas: que la palabra que nos funda es la imposible de decir, y que el anhelo de su encuentro precipita la búsqueda, destinada al fracaso desde sus orígenes. En este texto, la poesía abandona los senderos del decir vacío de la comunicación para adentrarse en los vericuetos de lo incierto. Busca lo imprevisto para tejer, al modo de una paciente Ariadna, sentidos nuevos, demostrando así que el poeta es ese lugar efímero donde se destruye y se renueva el código social. El resultado de este arriesgado periplo está en nuestras manos. |
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