La novela que le invitamos a leer no constituye tan sólo un drama histórico cuyo punto de partida se sitúa en los presagio de infortunios que embargaron aquella mañana del 1 de enero de 1936 a Rocío, al recibir la visita de su abuelo, Ignacio Gayarre, en Madrid. Instante en que intuye que, en el oscuro secreto familiar que comparte con su abuelo, de algún modo, se ha colado de rondón, la cara siniestra de sus propias pesadillas. El autor, en 1936, se adentra en cuestiones fundamentales del sujeto humano quien, por su propia condición, le es inherente, fatum terrible, una pulsión de odiar y aniquilar que desvanece cualquier sueño kantiano de paz eterna. La búsqueda de un enemigo cabe sí, le es necesario para canalizar sentimientos, si cabe de impotencia y frustración. A través de esta historia, el autor nos desvela que el mal –sin atenuantes–, en sentido puro, es algo que no reserva ningún lugar para el amor, podríamos decir que ni para el odio: sí indiferencia absoluta respecto a la humanidad del otro. ¿No es la ausencia de sentimientos que distingan entre unos y otros algo necesario para causar el daño más extremo, cual la fría malignidad que se apropia de los destinos ajenos bajo la forma de la muerte, en la guerra? Como diría Albert Camús en Calígula: «las ejecuciones tienen todas la misma importancia, lo que demuestra que no la tienen», y que «…si el tesoro tiene importancia, la vida humana no la tiene… la vida no vale nada». La novela, así, se adentra en los avatares, las pasiones y los miedos, las esperanzas y el clima moral en el que se gestó y estalló el «Movimiento Nacional» y en el que una serie de personajes, unos ficticios (la familia Gayarre, Juana la Ratona, Cecilio, Chelo, Cándido, Antonio Barruelo el Chispa…), y otros reales (Federico García Lorca, don Manuel de Falla, don Miguel de Unamuno, el general Franco, el general Mola y Queipo de Llano, el rector de la Universidad de Granada, don Salvador Vila…), van trazando, y sufriendo —sino del que no pueden librarse—, la historia colectiva y sus propias historias, en la tragedia de aquel primer y fundamental año de guerra civil. Ubicada en Madrid, Granada y Salamanca, la novela comienza el 1 de enero de 1936 y acaba el 31 de diciembre del mismo año, cuando, a media noche, en una Salamanca espectral, la Chelo, aturdida por los vómitos y diarreas del aceite de ricino, contempla a un pequeño grupo de falangistas que, con antorchas encendidas, acuden a velar el cuerpo recién muerto de don Miguel de Unamuno. |
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